martes, 21 de agosto de 2012

III - Donde nadie te veia


Pasaban así las noche entre la indecisión y la agonía,  la agonía del pensar. Una noche de esas mientras su vista se perdía en las estrellas a pesar de no observar nada, no porque fuera ciega, sino más bien porque no quería mirar, recordaría ella el dulce campo de violetas en el cual creía que sería su único hogar. Ese inocuo lugar al que ella llamaba casa, al que ya no podía volar como lo acostumbraba. Hace años que en aquellos jardines no hay violetas. Por cosas del destino o el azar, ahora solo se puede pisar tierra árida en aquel lugar. Lo único verde que queda es el viejo roble, día a día llegando a su triste final.

Allí también vería al hombre de los huesos viejos, ese que la visito por última vez, para solo decirle cuanto la despreciaba, cuanto deseaba que las cosas no fueran así, de cuanto no quería ayudarla. Por aquel entonces en hombre de los huesos viejos no hablaba con ella…. Solo jugaba. Así pasaban muchas horas estos conocidos extraños, una solo viviendo como mejor podía, y el otro adelantándose un rato. La señora de los cabellos blancos solo pudo entrar en pánico al ver a Katherine jugando con dicho hombre en aquel lugar. Katherine hasta la noche de hoy nunca había entendido la cara de espanto de la señora de los cabellos blancos, hoy apenas sentía como murmullo las lagrimas de aquella bruja que solo se deleitaba con el bailar.

Afortunada tu inocencia o tu ignorancia, cualquiera de las dos, afortunada. Le dijo aquella señora a Katherine, entre un temblar poco común para ella, que hasta ese día no había conocido el miedo. Hoy tampoco ha llegado a conocerlo. No el miedo no, no ese miedo al que estamos acostumbrados, por su parte la pequeña Katherine conoce algo distinto. Tal vez por su cercanía a la muerte quedo rota su alma, o por quien sabe qué cosa, pero Katherine solo era capaz de continuar, no detenerse. Tan solo hasta ahora se encontraba allí, en el suelo, en aquel frio lugar, sin luz ni mucho aire parea respirar, tan solo hasta ahora esta alma se había quedado quieta, buscando la paz extraviada, la paz que de niña ella solía amar.

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