Molesta o no, Katherine debía levantarse y caminar, al menos hasta los pies de la muerte, muerte que se negaba a guiarla. Y así fue la noche en que hablo con Azrael, la noche que termino conociendo esos ojos negros, esos ojos que solo ,a miraban con pena. Recordaría el frió de aquellas palabras mientras su existencia en el tiempo permaneciera, mientras el espacio se expandiera y perdiera. Debería recordar que ni la muerte quería hacerse con ella.
La humedad yaciente de ese lugar la torturaba con gotas desesperadas, desesperadas de reventar en el suelo, desesperadas de caer al vació. Y en su desespero conseguían calma en aquella piel morena, en aquellos cabellos rulos, y en esos ojos grises, grises como el invierno, como el invierno sin frió. Así se sentían esos sentimientos, todos esos que se negó en la vida, y que justo ahora en la muerte anhelaba.
Irónica la razón humana. Fue lo primero que le dijo aquel hombre de los huesos viejos. Ella, solo mantenía el silencio, en ese hilito de espanto que crea la sorpresa de ver algo esperado pero nunca visto.
Ahora ni yo puedo cargar con tu peso. Mantenía dicho hombre el curso del monologo, o de aquel intento de dialogo. Es lo menos que puedes hacer, callar, callar al viento todo mero intento de excusarte, y deja que el tiempo, el único que queda, desgastar tu humano cuerpo. Aunque mejor procura que desgaste tu alma también.
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