Luis en su joven mente a
diferencia de Katherine, no quería darle sentido alguno a aquello, a todo ese
embrollo, a esa situación que hasta ahora era diferente a todo lo que conocía,
a todo lo que el sabia que poseía existencia alguna, tan solo el hecho cercano
a la muerte de su padre lo recordaría como similar, pues hasta aquel momento
eso fue lo más extraordinario que él había presenciado. Fue una mañana de
lunes, con doce años aquel joven muchacho, camino por el pasillo largo del piso
superior de su casa vieja y rechinante, como si le doliera el paso de sus
habitantes, como si cada rechinido fuera un gemido de pena, pena del tiempo y
del desgaste, como cuando sabes que tus últimos días ya los estás viviendo. La
luz de aquel pasillo angosto hubiese deslumbrado a la temprana Katherine justo
como lo hizo en el bosque de los espejos, pero par Luis era presagio de malas
cosas, pues justamente para el aquella luz era pesada, era amarga, era como el hálito del mismísimo Azrael, hálito que solo vería el de nuevo en su mismo
lecho de muerte. Para el padre de Luis, nada de eso era sorpresa, así que
también de su cama se levanto aquel perezoso lunes, camino por todos los
espacios de la casa hasta llegar al frente de Luis. Allí los dos en medio de
aquel bullicioso camino de sordera, ninguno de los dos pronuncio palabra. Luis
solo se dedico a mirar a su padre el cual permanecía absorto, tan solo de pie
ante él. Pasaron tal vez diez o veinte minutos o quien sabe cuántos mas, lo
cierto es que el padre de Luis simplemente decidió caminar hasta la azotea, y
abrió un viejo baúl. En él se encontraba una escopeta las cual le heredo su
padre, algo bastante de época, la cual cargo y en menos de un segundo voló los
sesos de su cabeza. Luis no pudo pestañear entonces, y como para castigo de los
dioses, pudo observar con detenimiento como el cráneo de su padre se esparció
por los alrededores de aquella azotea con el aire polvoriento y amarillo.
Todo empezó como un éxtasis de
sangre y porquería, con cada uno de los fragmentos chocando y regándose en más
de direcciones y más allá. Muchas de las gotas, aproximadamente la mitad
cayeron en su rostro el cual aun no conseguía dejar de observar aquel episodio
sin sentido. En esos segundos se puede decir que no hubo reacción alguna por
parte de la naturaleza circundante ni de él, ni siquiera de la luz o el polvo
amarillo, nada interactuó, con cada una de las gotas de sangre, pedazos de
cerebro o trozos de cráneo que llenaban el lugar con un aroma nuevo para aquel infante,
el cual no podría en su vida de nuevo, tal como no podía soportar el olor de la
carne animal. Solo el silencio de aquel disparo vació resonaba en aquel lugar
pero Luis no escuchaba nada, solo observaba, y miraba la perplejidad de las
cosas, la inconsistencia de la naturaleza humana, lo frágil del estar, lo
frágil de eso que llamamos realidad, la cual creemos muchas veces inalterable y
solida. Para Luis aquello era innegablemente algo salido solo de su
imaginación, pues no parecía tener correlación con nada de lo que conocía, al
menos de lo que conocía de su padre. Para cuando aquel silencio salió de su
mente, un grito de sus adentros fue lo que resonó en aquel lugar. Nadie escucho
su pena, nadie presencio su llanto. Para cuando volvieron el resto de sus
hermanos y madre, el yacía solo en una ventana observando la pradera al
atardecer.